Una canción de Nelly McKay, una intérprete que por su voz ha sido comparada con Doris Day o Billie Holliday, pero por su irreverencia con Eminem, expresa de forma bastante irónica que hoy en día el matrimonio parece ser un requisito a cumplir en la vida de una persona, más que un verdadero compromiso por estar con otro ser humano y crear una vida juntos.
Muchas personas se casan sólo porque hay que hacerlo, si no, ¡qué dirá la sociedad!, y a los pocos años, con hijos que se convierten en las víctimas inocentes de la tontería de sus padres, se divorcian con estrépito y tratando de tomar prisioneros (los niños) en una lucha de poder en la que ni siquiera mamá y papá saben cómo se convirtieron en tales imbéciles que culpan, gritan, dan portazos e incluso se avientan platos, muebles, al perro, ¡lo que se les ponga enfrente!
Idealmente, antes de casarse se supone se reflexionó sobre lo que va a implicar este paso. En la tradicional boda católica romana seguramente se acudió a pláticas en las que a los futuros contrayentes se les explicó qué implicaba compartir gran parte del tiempo y vida futura con otra persona.
Sin embargo, la mayoría de estas reflexiones y orientaciones sirven para absolutamente nada ya que, en primer lugar, la mayoría de las veces no se ve el matrimonio desde un punto de vista objetivo y real, no idealizado y de cuento de hadas, y dos, las pláticas a las que uno acude más por obligación que por gusto son impartidas, si bien le va a uno, por un bien intencionado cura, padre, en la religión católica, en otras, tal vez un rabino, orientador, en fin, cualquier patriarca de x religión, pero que en la práctica muchas veces no sabe nada de lo que es el matrimonio.
Ahora, al momento de ya estar casados la mayoría de los involucrados parece pensar que las cosas se mantendrán igual que siempre aún sin poner esfuerzo y compromiso en hacerlas no sólo mantenerse, sino mejorar. Y he ahí que el esposo simplemente se olvida de que la amabilidad, la ternura, la cortesía, ¡el ayudar de vez en cuando con los platos siquiera y sin poner caras! harán mucho más por la felicidad conyugal que mil regalos caros. Y la esposa se olvida de que tratar de decir las cosas claramente, sin que le lean la mente, no manipular, gritar, exigir todo el tiempo, hará mucho más por mantener a su esposo en casa y feliz y no en el más cercano table dance que si «se pinta, se peina y quiere ser reina».
Además, también el diálogo es algo que se va perdiendo con el tiempo. De repente frente a esa persona con la que se supone reías y te divertías al iniciar tu relación ya no sabes ni qué decir, ni qué contarle, porque o simplemente sientes que no está escuchando lo que está detrás de lo que estás contándole (se esfumó la empatía) o incluso al tratar de dar retroalimentación es mal recibida porque se interpreta como agresión o crítica a lo que el otro hace.
Además, están las luchas de poder (quién puede tener más peso en las decisiones familiares), la familia política (qué tan cerca está y qué tanto influye), las cuestiones económicas (quién gana más, quién menos, si alcanza para las necesidades básicas) y los hijos (que aunque se les pueda adorar, siempre está la cuestión de cómo se les va a educar, cómo se les va a proveer de lo necesario, cómo ponerse de acuerdo sobre esto).
Y así me podría ir hasta el infinito, pero tan sólo establezco algunas de las cosas que más problemas pueden causar a un matrimonio. Así que no es ningún castillo donde el príncipe y la princesa «vivieron felices para siempre jamás». Es una etapa de la vida que, si la tomamos con seriedad, nos podrá hacer felices por el resto de nuestra vida, si no, pues bienvenidos a la estadística de divorciados insatisfechos que andan por ahí preguntándose «pero, ¿por qué me casé?»