Aprender a debatir

Foto: Flickr / Aislinn Ritchie

Estamos en una época en que, lo queramos o no, viviremos en medio de debates. Y no, no hablo solamente de aquéllos que protagonizarán los candidatos a cualquier puesto de elección popular, sino los que se van a vivir seguramente en muchos de nuestros círculos cercanos: la familia, en el trabajo, en alguna reunión de padres de familia de la escuela, con amigos y conocidos.

La época electoral puede volverse un momento donde se generan discusiones por obvias razones: nuevamente grupos políticos (los partidos) a través de los candidatos a cada puesto tratarán de convencernos de que tienen «la fórmula» para mejorar la situación del país, para hacerlo crecer, para no sólo evitar que empeore la situación sino que mejore y salgamos de los problemas que nos aquejan.

Sin embargo, el asunto es que creo que la mayoría a veces ve la política, en primer lugar, como algo ajeno a nosotros, como algo en lo que no tiene forma de participar más que tomando un «gallo» y apostando por él, y en segundo lugar, igualándola a una especie de justa deportiva en que uno gana y otro pierde. El problema que no es así, en esta contienda, si se elige sin analizar todos los factores, el que pierde es México.

Por eso es importante, a mi parecer, hablar sobre política, sobre los contendientes, sobre qué ofrecen, sobre su plataforma, sus habilidades, pero sin apasionamientos. Comprender que cuando alguien dice «la idea de Fulanito Candidato de Tal» me parece absurda porque…» no es un ataque a la persona que cree en Fulanito, sino a la forma en que está pensando resolver lo que ocurre en el país.

Igualmente, que un asunto son las bromas que se puedan realizar dirigidas hacia los candidatos (que, finalmente, todos hoy en día tienen bastantes defectos que tomar con sentido del humor) y otra es lanzar cual dardos el máximo de insultos a x contendiente tratando de hacer perder la paciencia, enojar o humillar a la persona con la que estamos discutiendo las propuestas.

No creo que se trate de ganar un argumento, creo que se trata de encontrar las mejores soluciones, a menos que para cada uno de nosotros elegir bien sea secundario, enfrascarse en luchas de quién argumenta mejor y gana y, si no es así, tratar a la otra persona con desprecio o incluso dañar la relación con ella, es de una inmadurez emocional que no nos deja nada bueno a la larga. Ojalá todos lo comprendamos.

Indignación vacía


Hoy en redes sociales, pero particularmente en Twitter, el video de un hombre, identificado como Miguel Sacal, que de forma por demás prepotente golpea a un empleado del edificio donde vive, causó indignación.

La nota apareció en Milenio y cuenta un hecho ocurrido el pasado 8 de julio de 2011 en las Torres Altus de Paseo de las Lomas, en México, D.F., que inició cuando el hombre, enojado porque el empleado se negaba a cambiar la llanta de su automóvil o darle un gato por no ser parte de sus tareas, primero lo insulta y luego lo golpea reiteradamente hasta que otros empleados lo detienen.

El hombre se retira un momento para hablar por celular, según cuenta el video, con el administrador del edificio y después regresa a darle algunos golpes más al empleado, que en ningún momento se defiende y permanece arrinconado incluso en la segunda ocasión en que el hombre lo agrede.

Es natural el enojo que causa ver a alguien sin duda privilegiado tratar así a un trabajador. Sin embargo, estoy de acuerdo con lo expresado por @eduardopolis en Twitter: la indignación es una emoción vacía si unido a la condena no comenzamos a reflexionar y tratar de cambiar «a la persona en el espejo» y así modificar la sociedad.

Quizá muchos de nosotros no somos empresarios millonarios como el dichoso Sacal, pero ¿cuántos de nosotros no hemos tenido actitudes despreciativas a personas con menos recursos que nosotros? ¿Cuántos no hemos menospreciado a alguien por ser diferente a lo «normal» o de diferentes ideas e incluso con nuestra actitud, de palabra o incluso de obra los maltratamos?

El caso Sacal no es un caso para criticar y luego seguir nuestro camino. Es un caso que debe mover a dos cosas: no al linchamiento (no tomarse la justicia por propia mano en ninguna forma, como algunos políticos incluso, como @ausdenRuthen, promueven, sino a la exigencia de justicia para la persona agredida y que la autoridad reaccione y castigue como se debe sin importar quién sea el agresor.

Dentro de este linchamiento ha habido, incluso, quien condena a Sachal por su ascendencia judía. Esto nos rebaja a su nivel, porque aunque no lo reconozcamos así, el racismo es otra forma de desprecio al que es diferente y tan reprobable como la violencia que mostró este sujeto simplemente por su posición económica.

En segunda, el hecho debe movernos a analizar y preguntarnos: ¿he sido intolerante con alguien?; ¿insulto a los demás por la preferencia sexual, la religión, la tendencia política, el género, el grupo étnico, la profesión, la raza?; ¿mi sensibilidad con gente menos privilegiada es tan poca como la que demostró Carlos Talavera, ex funcionario de la Sedesol, con las indígenas que atendía y de las que expresó que «olían mal», «lo suyo no era la higiene», entre otras cosas?; ¿presumo lo que tengo y hasta lo que no con tal de dejar a otros humillados y sentirme mejor conmigo mismo?

Porque si no lo hacemos así todo queda en golpe de pecho, en señalar con el dedo y como dicen los católicos, «ver la paja en el ojo ajeno pero no la viga en el ojo propio» y, en última instancia, sigue generando que completos imbéciles como el que en esta ocasión captaron en video abunden en nuestra sociedad. Y ése es el tipo de personas que menos necesitamos.