Es curioso cómo algunas personas proyectan en la comida x o y sentimientos.
Se vuelve una especie de adicción para algunas personas, por ejemplo, comer un chocolate cuando están tristes, o que alguien les haga una sopa de pollo cuando están enfermas, no tanto por lo que te pueda ayudar tomar cosas líquidas y calientes cuando tienes gripe, por ejemplo, sino más bien porque el placer que da comer x cosa les hace olvidar el malestar que tenían.
De vez en cuando darse estos permisos está bien… El problema viene cuando uno mismo no encuentra un control en esta tendencia y la comida se convierte en una especie de ‘muleta’ para salir adelante.
Es difícil, sobre todo si en tu infancia, por ejemplo, te recompensaron con comida, o si, a falta de algún satisfactor emocional, lo único que encontramos en nuestro camino fue comida.
También se vuelve complicado cuando nada más no hay un sistema a tu alrededor que enfatice que, así como comes, hagas ejercicio.
Es sorprendente, por ejemplo, que se recomiendan como 180 minutos como mínimo a la semana de ejercicio para los niños, pero… en las escuelas les dan una hora (60 minutos) a la semana.
En las casas la tendencia, desgraciadamente, es más prender la televisión para que los niños se entretengan que ver a dónde llevarlos para que hagan ejercicio. Lo malo también es cuando no hay suficientes zonas para los niños, por ejemplo, en esta ciudad hay DOS parques grandes con juegos donde puedan ir los niños. Los demás son áreas pequeñas en los fraccionamientos cuyos habitantes se preocupan por ponerle algo así a sus niños.
Todo esto que reflexiono se debe más que nada a cómo en estas fechas nos dejamos llevar por comer como desesperados que por pensar en cómo estar mejor día a día, no sólo como promesas o deseos de Año Nuevo, sino de toda la vida.
Supongo que los humanos somos contradictorios. Queremos estar bien, pero sin hacer esfuerzos y con excesos… Hasta que la naturaleza se cobra la factura.